LA MESA Y LA VENTANA
- jsalmeron8
- 30 oct 2016
- 2 Min. de lectura

Érase una vez una mesa de comedor negra y gruñona. La familia con la que vivía la observaba de reojo con desconfianza y lamentaba no contar con el precioso espacio que ocupaba en la vivienda.
Así que un día de otoño lo inevitable sucedió: Coincidiendo con un cambio de hogar la mesa fue desterrada y enviada a otro lugar.
Ocurrió que en ese nuevo hogar, en el que la familia se instaló, una ventana esperaba impaciente por conocer a su nueva compañera de tertulias. La ventana imaginaba largas charlas con su futura amiga mientras la casa estaba vacía. Pero su compañera no llegó. La familia se instaló y la ventana entristeció.
Lo que no sabían es que la madre tenía grandes planes para su nuevo hogar, su familia y la triste ventana que tan sola se sentía.
La mujer pasaba largas horas e incluso días trabajando en el sótano de la casa sin que nadie supiera qué escondía allí. Solo los ruidos delataban su presencia.
Hasta que un día subió feliz y satisfecha, con la plenitud de quien ve nacer un proyecto desde su mismísimo interior.
Ahí estaba. Preciosa y con tanta elegancia que costaba mirarla. La nueva compañera de la triste ventana apareció y ésta se irguió dejando que toda la sala se inundara de luz. Donde todos veían una mesa, la ventana y la mamá veían magia.
Bastaron pocos segundos para que mesa y ventana se convirtiesen en inseparables. Y para que la casa se llenara de vida.
Desde fuera la gente miraba a través de la ventana esa mesa siempre rodeada de niños o padres creando. Y de amigos celebrando.
Y así fue como la mesa se convirtió en cómplice de los proyectos, las alegrías y alguna que otra locura de la feliz familia. Y de su ventana para siempre acompañada.













Pues es de muchos sabido que ciertos objetos son capaces de transformar de tal manera el entorno en que se encuentran que todo comienza a encajar.
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